lunes, diciembre 12, 2005

Anahí

Esta es una historia que conocemos desde la infancia en Argentina. El sufrimiento de la princesita guaraní, es algo que no nos dejaba indiferentes. En contré en Tam tam una adaptación de Lucía Alfonso y me la quedo para compartir con todos, aunque sí hay que decir que de niños escuchábamos la leyenda de Anahí algo más simplificada

El ceibo

Anahí era una de las más jóvenes de aquella tribu guaraní. Sus padres eran nada más y nada menos que los caciques, así que su popularidad no era poca. Pero Anahí se sentía algo acomplejada, y es que no era dueña de una belleza excepcional y sentía que no pertenecía a ningún lugar. No tenía marido, ni mucho novio. Pero Anahí, eso sí, tenía una voz maravillosa. Hasta los mismos pájaros la envidiaban. Ella, como casi cualquier adolescente, sin embargo, se lamentaba por su falta de belleza y poco veía sus virtudes y aquel talento para el canto que la distinguía entre todos. Casi no emitía palabra, más bien hacía gestos con la cabeza. Miraba siempre hacia abajo, entre la timidez y la tristeza; entre las dudas y la inseguridad. Se sentía perdida, y aunque era feliz en la tribu, tenía la sensación de que ese no era su lugar. Que había algo más. Que había un mundo por descubrir. Que su pequeña tribu le quedaba chica.

Así las cosas hasta que un día, zácate. Llegaron los españoles. Lo que sigue, es historia conocida. Destrozos, violencia y espejitos de colores. Anahí, al igual que otras muchachas guaraníes, fue llevada cautiva con un grupo de soldados. Allí permaneció largas noches, desprotegida, sin entender una palabra de lo que se decía a su alrededor, lejos de sus padres, sola y maltratada. El sufrimiento era tal, que un día, Anahí, tan introvertida y temerosa, tomó un puñal, y lo hundió sin miedo en el corazón de su carcelero. Luego empezó a correr entre los árboles. No veía, sentía miedo, pero siguió corriendo sin parar, a toda velocidad entre las hojas. Corrió durante horas durante toda la noche, hasta que cayó agotada al suelo. A la mañana siguiente, uno de los soldados la encontró y la llevó nuevamente al campamento.

Anahí fue condenada a la hoguera. La ataron a un árbol al que prendieron fuego. Anahí ardía entre las llamas, sin quejas, sin murmullos, sólo un canto suave y dulce salía de su garganta. Frente a los ojos pasmados de sus captores, el cuerpo de la jovencita desapareció, y el fuego comenzó a trepar el árbol hasta llegar a una de sus ramas, donde de repente se extinguió. En esa rama apareció una flor nunca antes vista, roja y aterciopelada.

La flor de ceibo fue adoptada como flor nacional. No por su belleza, ni su delicadeza; tampoco por su perfume, ya que no tiene. El ceibo florece sin dificultad en cualquier rincón de nuestro país, al igual que Anahí que también buscaba su lugar en el mundo.



Mas info sobre el ceibo

1 comentario:

ummo dijo...

¡Cómo me gustan estas historias! :)