lunes, febrero 27, 2006

Siempre se puede soñar



Celebración de la fantasía

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo

-Y anda bien -le pregunté

-Atrasa un poco -reconoció.


Leer este texto de Eduardo galeano me trajo a la memoria el invierno del 89 en argentina, el último que estuve por allí y en el que tuve la suerte de "colarme" en un viaje de la facultad de Geografía al noroeste del pais.

Fue en Humahuaca, donde paró nuestro autobus y una comitiva de niños, tal cual los describe Galeano, "manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado", nos ofrecían musiquitas (unos atados de semillas que hacían las veces de instrumentos musicales). A cambio pedían revistitas. Revistas, dibujos... cuando lo que ocurrió fue que nos acordamos de una enorme bandeja de empanadas que nos hizo la madre de Marcelo para el viaje y que no logramos acabarnos. Una batalla campal, salían niños de todos lados y veo la foto de Patxi, sentado en la escalera del bus, con la bandeja vacía, derrumbado por la escena.

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