jueves, febrero 02, 2006

Nos llaman piratas

El post de Hernán de hoy me toca muy de cerca; lo pongo entero:

LOS JUSTOS
Los miércoles a las nueve de la noche, hora de Nueva York, la cadena norteamericana ABC emite una serie de televisión que me gusta. A esa misma hora un mexicano llamado Elías, dueño de un vivero en Veracruz, la está grabando directamente a su disco rígido, y tan pronto como acabe subirá el archivo a Internet, sin cobrar un centavo por la molestia. Tiene esta costumbre, dice, porque le gusta la serie y sabe que hay personas en otras partes del mundo que están esperando por verla. Lo hace con dedicación, del mismo modo que trasplanta las gardenias de su jardín para que se reproduzca la belleza.

A las once de la noche de ese mismo miércoles, Erica, una violinista canadiense de venticuatro años que ama la música clásica, baja a su disco rígido la copia de Elías y desgraba uno a uno los diálogos para que los fanáticos sordomudos de la serie puedan disfrutarla; distribuye esos subtítulos en un foro tan rápido como puede. No cobra por ello ni le interesa el argumento: lo hace porque su hermano Paul nació sordo y es fanático de la serie, o quizás porque sabe que hay otra mucha gente sorda, además de su hermano, que no puede oír música y debe contentarse con ver la televisión.

A las 3:35 de la madrugada del jueves, hora venezolana, Javier baja en Caracas la serie que grabó Elías y el archivo de texto que redactó y sincronizó Erica. Javier podría ver el capítulo en idioma original, porque conoce el inglés a la perfección, pero antes necesita traducirlo: siente un placer extraño al descubrir nuevas etimologías, pero más que nada le place compartir aquello que le interesa. Para no perder tiempo, Javier divide el texto anglosajón en ocho bloques de tamaño parecidos, y distribuye por mail siete de esos bloques, quedándose con el primero.

Inmediatamente le llega el segundo bloque a Carlos y Juancruz, dos empleados nocturnos de un Blockbuster boneaerense que suelen matar el tiempo jugando al ajedrez, pero que los miércoles a la madrugada los ocupan en traducir una parte de la serie, porque ambos estudian inglés para dejar de ser empleados nocturnos, y también porque no se pierden un capítulo jamás.

El tercer bloque de texto lo está esperando Charo, una ceramista de Alicante que está subyugada por el argumento y necesita ver la serie con urgencia, sin esperar a que la televisión española la emita, tarde y mal, dos años después. El cuarto bloque lo recibe Luz, una tipógrafa rubia y alta que trabaja, también de noche, en un matutino de Cuba: Luz deja por un momento de diseñar la página del matutino y se pone rápidamente a traducir lo que le toca. Dice que lo hace para no perder del todo su inglés.

El quinto bloque viaja por email hasta el ordenador de José Luis y Raquel, una pareja andaluza que vive desde hace mucho de lo poco que le deja una librería en el centro de Sevilla. Llevan casados más de venticinco años, no han tenido hijos, y hasta hace poco traducían sonetos de Yeats con el único objeto de poder leerlos juntos, ella en un idioma, él en otro. Ahora, que se han conectado a Internet, han descubierto que además de buena poesía existen las buenas series en la tele.

El sexto bloque le llega a Ricardo, en Cuzco, un homosexual solitario y muchas noches deprimido que traduce frenéticamente mientras hace dormir a su gato. El séptimo lo recibe Patrick, un inglés con cara de bueno que viajó a Costa Rica para perfeccionar su español, lo robaron casi al bajar del avión pero igual se enamoró del país y se quedó a vivir allí. Y el octavo bloque le llega, al mismo tiempo que a todos, a Ashley, una chica sudafricana de madre uruguaya que es fanática de la serie porque le recuerda (y no se equivoca) a su libro favorito: La Isla del Tesoro.

Los ocho, que jamás se han visto las caras ni tienen más puntos en común que ser fanáticos de una serie de la televisión o de un idioma que no es el materno, traducen al castellano el bloque de texto que le corresponde a cada uno. Tardan aproximadamente dos horas en hacer su parte del trabajo, y dos horas más en discutir la exactitud de determinados pasajes de la traducción. Ninguno de los ocho cobra dinero para hacer este trabajo semanal: para algunos es una buena forma de practicar inglés, para otros es una manera natural de compartir un gusto.

A esa misma hora Fabio, un adolescente a destiempo que vive en Rosario, a costas de sus padres ya con 23 años, encuentra por fin en el E-Mule la traducción al castellano del texto. Con un programa incrusta los subtítulos a la imagen original, desesperado por mirar el capítulo de la serie. A veces su madre lo interrumpe en mitad de la noche:

—¿Todavía estás ahí metido en Internet, Fabio? ¿Cuándo vas a hacer algo por los demás, o te pensás que todo empieza y termina en vos?

—Tenés razón mamá, ahora mismo apago —dice él, pero antes de irse a dormir coloca el archivo subtitulado en su carpeta de ‘compartidos’ para que cualquiera, desde cualquier máquina, desde cualquier lugar del mundo, pueda bajarlo. Fabio jamás olvida ese detalle.

Los jueves suelo levantarme a las once de la mañana, casi a la misma hora en que Fabio, a quien no conozco, se ha ido a dormir en Rosario. Mientras me preparo el mate y reviso los mails, busco en Internet si ya está la versión original con subtítulos en español de mi serie preferida, que emitió ocho horas antes la cadena ABC en Estados Unidos. Siempre (nunca ha fallado) encuentro una versión flamante y me paso todo el resto de la mañana bajándola lentamente a mi disco rígido, para poder ver el capítulo en la tele después de almorzar. Mientras espero, escribo un cuento o un artículo para Orsai: lo hago porque me resulta placentero escribir, y porque quizás haya gente, en alguna parte, esperando que lo haga. El artículo de este jueves habla de Internet. Dice, palabras más, palabras menos, algo que hace 25 años dijo Borges mucho mejor que yo, en un poema que se titula Los Justos:

"Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo."


Hace muchos años ya que pertenezco a Eshock donde todo empezó por aquello de compartir. Entre unos cuantos loquitos creamos el Grupo Eshock-YDM, que siempre explico como un grupo de "compartidores pofesionales". Ripeos exquisitos, meticulosos al máximo, distribuidos entre este particular clan, para que a la hora de lanzarlo al mundo, el mundo se lo bajara con muchas fuentes, rapidito y todos contentos. Ver subir los gigas, nuestro salarios, con las pagas extras de aprender de todos, aportar lo tuyo, y buenos amigos como torpedorrr, kampi, javirunner, latata, ummo y que no se ofendan los tantisimos que no nombro.
No sé si salvaremos al mundo, como dice Borges, pero no hay muchos sitios donde SER SOLIDARIO sea tan real.

6 comentarios:

Manu y Marta dijo...

Compartir no se cuanto compartiremos, pero a la serie esa de los miercoles por la noche en la ABC me parece a mi que también ando enganchado :P

Hernan dijo...

Yo no sé rippear, ni incrustar subtítulos, ni logro conseguir que algo de 4 gigas se converta en algo de 699 megas manteniendo la calidad. Tampoco sé inglés. Lo único que sé es que, a veces, tengo amigos del alma que no conozco y que me hacen la vida más fácil.

Vengador dijo...

ESHOCK POOOWWWWWAAAA!! El espiritú de Eshock es lo que me cautivó a mi hace ya unos años y desde entonces estoy allí ;)

Anónimo dijo...

Pues yo, debo confesar que, como hernan, me las veo canutas para unas cuantas cosas d'estas.

Tampoco me muevo por eshock.

Pero creo que lo fundamental de esta historia no es la idea de compartir en internet.

Para mí el mensaje está claro. Es 'ayuda a los demás sin esperar nada a cambio'.

Eso es lo fundamental.

ummo dijo...

Hace tiempo que una historia no lograba emocionarme de esa manera, puesto que entiendo perfectamente esa situación. Un gran relato, mi enhorabuena, Hernán ;)
No sé si salvaremos el mundo, pero estamos en ello, aunque nos llamen 'piratas'.

Por cierto, ¿qué serie es esa?

Manu y Marta dijo...

Pues la serie no se nombra en ningún momento y podría ser cualquier serie de las cientos que se comparten y puedes ver tranquilamente en casa sin que los shares o parrillas te la cambien cada dor por tres de sitio. Pero para mi que esta inspirada en Lost (Perdidos) de la cual se esta emitiendo en estos momentos la segunda temporada en USA pero en España tenemos que esperar hasta Abril o así para poder verla. Gracias a mucha gente a la que hace referencia el artículo podemos disfrutar de unos 14 capítulos de la segunda temporada en VOSE para los enganchados como yo que no podíamos esperar.