sábado, febrero 25, 2006

La Mujer de Piedra

Me gustan las leyendas, y me he dado cuenta de que a algunos de los que se pasan por aquí, también.

Encontré esta leyenda que nos cuenta Lucía Alfonso en su espacio de Tam Tam

Me contaron que escondida entre la vegetación de un monte, un mujer de piedra le da la espalda a la ciudad de Tarma, en Perú. Creo necesario aclarar que son pocos los que la han visto. Menos, los que conocen su origen. Yo no me pregunto si será una pieza de arte perdida en la selva o la historia de una mujer desobediente. Seguramente ya sepas con cuál me quedo.

Tarma era un pequeño poblado cuando todo esto sucedió. No eran muchas las familias que habitaban la zona y todas se conocían entre sí. Solían reunirse por las noches en una posada en medio del monte. Hablaban de dinero y lo ostentaban durante toda la noche, mientras las mujeres se envidiaban entre ellas y alardeaban acerca de sus joyas.

A pesar de que la posada estaba en un sitio alejado, una noche llegó hasta allí un anciano descanso y vestido con harapos. Rogó por un vaso de agua. Cuando se descubrió la cabeza, dejó ver su rostro despellejado y su cabellera por la cintura. Posiblemente había estado perdido en la selva durante años. Inmediatamente, todos aquellos que se encontraban en el lugar se hicieron a un lado horrorizados y sin la menor compasión lo arrojaron afuera.

El anciano se arrastró hasta una pequeña casa en las cercanías. Llamó a la puerta. Una humilde señora se asomó y no dudó en ofrecerle su hospitalidad. Invitó al anciano a pasar y le sirvió un vaso de agua. El hombre le agradeció y le aconsejó que escapara. La mujer lo miró desconfiada. Él tomó sus manos y mirándola a los ojos, le pidió firmemente que no lo ignorara. Que huyera; que tomara sus pocas pertenencias y que escapara sin mirar hacia atrás porque el pueblo sería castigado por su falta de solidaridad.

Horas después, rayos y fuertes tormentas cayeron hasta destruirlo por completo. La mujer ya estaba lo suficientemente lejos del lugar cuando giró sobre sí misma para ver los restos del pueblo. Sus pies se clavaron en la tierra, sus piernas y brazos se endurecieron. La tela de su vestido comenzó a pesarle y ella recordó, mientras daba vuelta la cabeza, que no debía mirar atrás. Allí quedó. En medio del bosque, dándole la espalda a Tarma.

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